martes, 12 de febrero de 2013

Cuando el dolor toca a tu puerta


El cambio y la pérdida son inevitables. Sin embargo no nos han enseñado a perder, al contrario, fuimos entrenados para salir a ganar, a competir, a luchar, y si ocurre algo negativo a taparlo, negarlo o minimizarlo.
Así como podemos tener diez mil alegrías en la vida podemos tener diez mil tristezas. Tarde o temprano todos en algún momento nos enfrentamos a alguna pérdida, ya sea la muerte de un ser querido, la pérdida de salud, de una relación de pareja que creías para toda la vida, pérdida de bienes económicos, de ideales y sueños, muerte de una mascota, o una mudanza. 
Por más que sepamos que es normal que las circunstancias cambien todo el tiempo, el saber esto no nos hace inmune a un sentimiento de duelo.
Partamos de la base que la pérdida que más duele es la que a ti te duele. No es tan importante qué o a quién perdiste, sino lo que su existencia representaba para ti. Al momento de una pérdida se pone en marcha el mecanismo de duelo que es una reacción psicológica emocional normal y usualmente lleva hacia la adaptación y se autolimita en el tiempo.
Pero no siempre nos sentimos listos para soltar aquello que perdimos porque lo consideramos nuestro. Asimismo a algunos se les complica más que a otros atravesar estas aguas turbulentas, y eso depende de diversos factores tales como la personalidad, la naturaleza del apego, las circunstancias de la pérdida, la edad del sobreviviente y el soporte social y profesional disponible.
En esos momentos no ayudan el uso de frases cliché. No podemos catalogar la importancia de una pérdida ajena, ni minimizar o invalidar los sentimientos que ésta produce con un "Era la voluntad de Dios", "Fue lo mejor", "Ya pasará", “Fuerza, ya pronto todo va a estar bien”, "Ya está descansando", “Ya dejó de sufrir”, “Era mejor así”, “No es para tanto”, “No valía la pena”, “Ya encontrarás a otro/a mejor”, “Ponte las pilas”, “Qué bueno, sólo fue material, eso va y viene”, “Eres joven puedes tener más hijos”, “Tranquilo/a ya no llores”, “Ya pasó un tiempo, debes salir a distraerte”, “No te puedes derrumbar”, “Tienes que estar fuerte por tus hijos”, “Te enfermaste porque tienes bronca acumulada”. Y mucho menos decir “Te entiendo, pasé por lo mismo”, porque cada quien siente distinto.
Expresar cualquiera de estas frases es literalmente faltar el respeto al dolor ajeno, y demás está decir que siempre es mejor guardarse al experto que se lleva dentro.
Si tienes a un familiar o amigo pasando por este momento no permitas que el miedo, ansiedad o enfado te impidan apoyarlo. Lo mejor es dar el permiso para sentirse mal. Los sentimientos displacenteros son normales y hay que validarlos. Empatiza y sintoniza con sus emociones, con solo decir “lo siento mucho”, “te acompaño en este momento”, “estoy para lo que necesites”, ya es más que suficiente. Y si en esos momentos no sabes que decir, créeme es mejor no decir nada, solo da un abrazo y quédate al lado del doliente. Respeta sus tiempos y acompaña, esto es un duelo, y motívale a buscar ayuda profesional sobre todo si se siente que no puede o sus emociones displacenteras se congelan en el tiempo, va empeorando, o presenta síntomas de ansiedad o ha querido dañar o hacerse daño.
En caso de que seas tú el que esté atravesando un duelo, date tiempo para sentir, es tu pérdida y el duelo es un proceso. Desacelera pero no te estaciones, no fuerces las cosas, fortalece tus creencias espirituales o tu fe, elabora rituales que te hagan sentido. Y en caso de diagnóstico de una enfermedad grave, es preciso tener en cuenta que será una dura compañera de camino donde pone a prueba la fortaleza de quien la vive. Por tanto recuerda que no es conveniente que un duelo se pase solo, pide ayuda.
Después de una pérdida, las cosas no volverán a ser como antes. ¿Con qué sí cuentas, qué crees que podría ayudarte? ¿Qué vas a hacer ahora?.
No te sobreadaptes ni te victimices. Debemos aceptar que el plan de la vida no siempre concuerda con el nuestro, las cosas pasan como tienen que pasar y no como quisiéramos. Todo lo que debe ocurrirnos llegará a su debido tiempo, y en esos momentos estaremos con las personas adecuadas en el tiempo justo. Si bien somos responsables de nuestro destino y por tanto de nuestras actitudes y decisiones, debemos ser humildes y reconocer que lo Divino es quien se ocupa de lo sagrado.
Una pérdida es un carbón sobre tu carreta, depende de ti volverlo combustible utilizándolo como impulso y no como freno. Despide al que se ha ido y recibe al tú que ahora resulta de la pérdida.

Un abrazo de luz

Lic. Patricia Bogado
Coach & Master PNL

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