El cambio y la pérdida son
inevitables. Sin embargo no nos han enseñado a perder, al contrario, fuimos
entrenados para salir a ganar, a competir, a luchar, y si ocurre algo negativo
a taparlo, negarlo o minimizarlo.
Así como podemos tener diez
mil alegrías en la vida podemos tener diez mil tristezas. Tarde o temprano
todos en algún momento nos enfrentamos a alguna pérdida, ya sea la muerte de un
ser querido, la pérdida de salud, de una relación de pareja que creías para
toda la vida, pérdida de bienes económicos, de ideales y sueños, muerte de una
mascota, o una mudanza.
Por más que sepamos que es
normal que las circunstancias cambien todo el tiempo, el saber esto no nos hace
inmune a un sentimiento de duelo.
Partamos de la base que la
pérdida que más duele es la que a ti te duele. No es tan importante qué o a
quién perdiste, sino lo que su existencia representaba para ti. Al momento de
una pérdida se pone en marcha el mecanismo de duelo que es una reacción
psicológica emocional normal y usualmente lleva hacia la adaptación y se
autolimita en el tiempo.
Pero no siempre nos sentimos
listos para soltar aquello que perdimos porque lo consideramos nuestro.
Asimismo a algunos se les complica más que a otros atravesar estas aguas
turbulentas, y eso depende de diversos factores tales como la personalidad, la
naturaleza del apego, las circunstancias de la pérdida, la edad del
sobreviviente y el soporte social y profesional disponible.
En esos momentos no ayudan el
uso de frases cliché. No podemos catalogar la importancia de una pérdida ajena,
ni minimizar o invalidar los sentimientos que ésta produce con un "Era la
voluntad de Dios", "Fue lo mejor", "Ya pasará", “Fuerza,
ya pronto todo va a estar bien”, "Ya está descansando", “Ya dejó de
sufrir”, “Era mejor así”, “No es para tanto”, “No valía la pena”, “Ya
encontrarás a otro/a mejor”, “Ponte las pilas”, “Qué bueno, sólo fue material,
eso va y viene”, “Eres joven puedes tener más hijos”, “Tranquilo/a ya no
llores”, “Ya pasó un tiempo, debes salir a distraerte”, “No te puedes
derrumbar”, “Tienes que estar fuerte por tus hijos”, “Te enfermaste porque
tienes bronca acumulada”. Y mucho menos decir “Te entiendo, pasé por lo mismo”,
porque cada quien siente distinto.
Expresar cualquiera de estas
frases es literalmente faltar el respeto al dolor ajeno, y demás está decir que
siempre es mejor guardarse al experto que se lleva dentro.
Si tienes a un familiar o
amigo pasando por este momento no permitas que el miedo, ansiedad o enfado te
impidan apoyarlo. Lo mejor es dar el permiso para sentirse mal. Los
sentimientos displacenteros son normales y hay que validarlos. Empatiza y
sintoniza con sus emociones, con solo decir “lo siento mucho”, “te acompaño en
este momento”, “estoy para lo que necesites”, ya es más que suficiente. Y si en
esos momentos no sabes que decir, créeme es mejor no decir nada, solo da un
abrazo y quédate al lado del doliente. Respeta sus tiempos y acompaña, esto es
un duelo, y motívale a buscar ayuda profesional sobre todo si se siente que no
puede o sus emociones displacenteras se congelan en el tiempo, va empeorando, o
presenta síntomas de ansiedad o ha querido dañar o hacerse daño.
En caso de que seas tú el que
esté atravesando un duelo, date tiempo para sentir, es tu pérdida y el duelo es
un proceso. Desacelera pero no te estaciones, no fuerces las cosas, fortalece
tus creencias espirituales o tu fe, elabora rituales que te hagan sentido. Y en
caso de diagnóstico de una enfermedad grave, es preciso tener en cuenta que
será una dura compañera de camino donde pone a prueba la fortaleza de quien la
vive. Por tanto recuerda que no es conveniente que un duelo se pase solo, pide
ayuda.
Después de una pérdida, las
cosas no volverán a ser como antes. ¿Con qué sí cuentas, qué crees que podría
ayudarte? ¿Qué vas a hacer ahora?.
No te sobreadaptes ni te
victimices. Debemos aceptar que el plan de la vida no siempre concuerda con el
nuestro, las cosas pasan como tienen que pasar y no como quisiéramos. Todo lo que debe ocurrirnos llegará a su
debido tiempo, y en esos momentos estaremos con las personas adecuadas en el
tiempo justo. Si bien somos responsables de nuestro destino y por tanto de
nuestras actitudes y decisiones, debemos ser humildes y reconocer que lo Divino
es quien se ocupa de lo sagrado.
Una pérdida es un carbón sobre
tu carreta, depende de ti volverlo combustible utilizándolo como impulso y no
como freno. Despide al que se ha ido y recibe al tú que ahora resulta de la
pérdida.
Un abrazo de luz
Lic. Patricia Bogado
Coach & Master PNL
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