¿Cuántas veces te pasó que estás
hablando con alguien porque necesitas sólo que te escuchen, y la otra persona ya
te dijo qué sentir, qué hacer, cómo hacerlo y cómo vivir tu vida?.
Rescatadores y rescatados, dos caras
de la misma moneda. Gente que tiene
anclado en el mismo punto el amor y la necesidad.
Muchos funcionan como imanes para
atraer a personitas que son como aves con alas rotas. Y se sienten muy atraídos
por andar recogiendo a “huérfanos del destino” para solucionarles la vida y
rescatarles de su “tormento”, porque eso los hace sentir útiles, necesarios,
importantes, capaces, eficientes y bondadosos.
Una de las manifestaciones más comunes
de la codependencia es la obsesión por cuidar a los demás. El codependiente es
una persona que permite que la conducta del otro le afecte, y está obsesionado
con controlar, cambiar y modificar la vida ajena.
Los rescatadores aman asumir
responsabilidades que no les corresponden. Es algo que lo hacen repetidamente
con los amigos, familia, pareja, conocidos, clientes o cualquiera que se
encuentre a su alrededor y que esté “sufriendo”.
Estos vienen con distintos trajes. Uno
de ellos es el del complaciente o la complaciente, son aquellos que tratan que
todo el mundo esté feliz. Siempre dicen que sí, y se viven metiendo en
situaciones difíciles porque no tienen esa capacidad de decir “no”. También
está la figura del dadivoso, son estos rescatadores que dan todo de forma
obsesiva y compulsiva, incluso lo que no quieren realmente dar.
Otro de los trajes utilizados más en
hombres que en mujeres, es la del protector, aquel que se preocupa siempre del
bienestar de los demás, llegando a hacer hasta lo imposible y toman la
responsabilidad de proteger, e inclusive se tiran una carga que sobrepasa su
capacidad. Luego están los consejeros, aquellos que tienen una antena especial
para gente problemática. Ayudan compulsivamente y dan consejos, aunque no se
los pida. Aquí entrarían los “opinólogos” y metiches por excelencia.
Asimismo están los salvadores y
maestros que cayeron en la trampa del Mesías. Algo así como si colgaran un
letrero en la puerta de su casa diciendo “aquí se atiende las necesidades de
todo el mundo, de día y de noche, gratis, menos las mías”. Estos seres tienen
como un radar para atraer a todas las personas en crisis, dejan todo lo que
están haciendo para estar al servicio del “sufriente”.
El tema del rescatador es que entra en
un triángulo de comportamiento: rescatar-perseguir-culpar. Entra a un círculo
vicioso donde primero rescata y da, así mantiene bajo su yugo a la persona, luego
empieza a acosar y a controlar para que el otro haga lo que le dijo, se enoja
si no lo hace, inyecta culpa y así finalmente se convierte en víctima de su
propia trampa.
La mentira en la que vive es que cree
que todo esto lo hace por generosidad, cuando realmente lo está haciendo porque
quiere ganarse el amor.
Tengamos en cuenta que el amor no
tiene nada que ver con rescatar a los huérfanos del destino. El grave problema
es cuando creemos que amar es darlo todo por el otro, pasar por encima de la
vida ajena, hacer hasta las cosas que a uno no le gustan, cargar la cruz, decir
que sí cuando lo que realmente se quiere es decir que no.
Así nos encontramos con innumerables
parejas oficiando de madre/padre; mujeres que mantienen a su amante, a la
esposa del amante y al hijo de ambos; madres que sobreprotegen a sus hijos
con más de 40 años de edad y
justificando su adicción o vagancia; personas que se ponen en pareja con gente
extremadamente problemática viviendo bajo la ilusión rosa del mañana que nunca
llega. Estos son solo algunos de los casos, y la lista podría seguir.
Más allá de la importancia de trabajar
en la historia personal, se nos hace indispensable aprender a diferenciar
cuando nuestra ayuda sí es un acto de amor y crecimiento, de cuando no lo es.
Ayudamos realmente cuando el otro nos invita a hacerlo o expresamente acepta
que lo hagamos, ayudamos cuando nos da lo mismo que acepten nuestra ayuda o no,
ayudamos cuando para nosotros lo verdaderamente importante es el bien del otro,
y no que haga lo que nosotros queremos.
Tengamos en cuenta que nuestra ayuda
es adecuada cuando produce madurez, paz, crecimiento, gozo y agradecimiento en
la otra persona, y no cuando produce enojos. Si en tus relaciones se enojan
contigo siempre que los ayudas, alerta, estás rescatando.
Si estás del lado de Cenicienta ten
presente que nadie va a salvarte ni podrá transitar tu camino por ti, la única
persona que podrá liberarte de tu prisión y llevarte a un mundo mejor eres tú
misma. Y si estás del lado del Mesías ten en cuenta que rescatar al otro no te convierte
en mejor persona, ni serás más lindo ni más bueno. Muchas veces hacemos obras
que parecen buenas o lo son en sí mismas, pero nuestra intención no es pura, ya
que lo hacemos por culpa o necesidad de ser reconocidos o necesitados.
Luz y amor
Lic. Patricia Bogado